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Las expediciones de Marambio

Publicado: 2009-11-01

Por Fernando González-Olaechea.

Un gitano formado en jazz que hace reggae. Si este país es la mezcla, Pochi es el Perú.

Alejandro Mizrahi habla más de lo que parece. Tiene ritmos pausados que acompaña una expresión relajada y algo seria, lo que hace que uno calcule que la conversación se reducirá a alguno que otro monosílabo y otras tantas mínimas expresiones para resolver la plática. Alejandro habla ladino –idioma que aprendió por su cuenta–, es pintor irregular y gusta de sobremanera de un disco de blues erótico, rareza de 1975 con el oportuno nombre “Filthy”. Alejandro es conocido por nosotros como Pochi Marambio.

Cuando Pochi se reconoce a sí mismo como gitano no es difícil creerle. Algo en él irradia esa energía de quien tiene algo adentro que lo lleva a desplazarse, a buscar. Esa ansia de búsqueda es la que lo llevo desde joven a Cusco a vivir de tiempo en tiempo de los ahorros que juntaba por tocar en bares y cafés en Lima y componer algunas de las canciones que años después lo definirían como una de las lumbreras del reggae en el Perú. Y es justamente esa fuerza que lo lleva a explorar que descubrió el reggae aún cuando en su casa era el jazz el género dominante.

A pesar de ser uno de los músicos más conocidos y carismáticos de la escena local en realidad lo que se sabe de él es poco. Su banda de reggae, Tierra Sur, se formó en 1988. Luego de sacar una primera producción salió al mercado, en 1992, “Mi Marimba”, disco que supuso la puesta en escena de Pochi y compañía como desarrolladores de un género que aún era desconocido para muchos acá: el reggae. Ahora separar ese género y a Pochi de nuestras cabezas resulta una labor que acaricia lo imposible.

“El truco del disco fue, como en la conversación, la pausa. Nos tomamos un buen tiempo, tenía material de años atrás, entonces podía trabajarlo y pulirlo. Cuando salió ‘Mi Marimba’ había un montón de canciones para escoger, entonces nos quedamos con las buenas y las buenas hacían todo un disco”, explica con la serenidad que da hablar de lo evidente.

Pero de eso ya 17 años. Lo lógico es que luego de ese gran éxito y el  posterior trabajo discográfico no tan comercial de Pochi con Tierra sur (tienen tres producciones más) no tendría por qué ser conocido por los veinteañeros que son el grueso de la población de los conciertos y festivales de música. Sin embargo no ocurre eso porque con Pochi la lógica tiene una forma personalizada. En cambio resulta lógico que haya estudiado pintura en Bellas Artes y se dedique a la música. Que sea reconocido por el reggae pero haya sido parte, junto con Chaqueta Piaggio y otros, de una de las bandas de salsa y son más interesantes de los ochentas y que sin embargo se extinguió pronto y que lo que toque con más frecuencia sea blues y jazz hace varios años. Que la charla arranque en un disco de Bob Marley y 25 minutos después esté por las políticas culturales en Estados Unidos y vaya uno a saber por dónde dentro de diez minutos.

Eso es lo que irradia Pochi –cuyo nombre para la ley de los burócratas será por siempre Alejandro Marambio Altamirano–, procesos más que fines, búsquedas más hallazgos, aunque es la búsqueda en sí el hallazgo mayor. Con Pochi las cosas no son lo que parecen y quizá sí lo que se intuye.

Ahora tiene planes de lanzar más discos. Tiene preparado un disco conceptual para niños musicalizando cuentos que él mismo escribió, otros dos en ladino explorando un poco la música sefardí, uno, acaso en tributo a su padre y a su abuelo, con música de gitanos de circo y algunas otras ideas más por ahí.

ROOTS

‘Roots’ es una palabra altamente asociada al reggae y significa “raíces”. Son justamente esas raíces las que mueven a Pochi y ello, a estas alturas, no es coincidencia. El bisabuelo de Pochi, Isaac Mizrahi, llegó de Bélgica a Brasil en barco a finales del siglo XIX. Cuando el barco se fue, en el Brasil solo quedaron los judíos y los gitanos. Él era ambos. Un tiempo después se trasladó a Chile, luego de que le dijeran que en el flaco país del sur encontraría lugares parecidos a Europa, a diferencia de la extraña jungla brasilera que poco tiene que ver con el viejo continente. Fue en Chile que el hijo de Isaac, Alejandro Marambio se convirtió en miembro y luego en jefe de la sección de vientos de la banda de un circo. El apellido cambió porque a principio del siglo pasado era más conveniente tener un apellido vasco. El padre de Pochi creció en el circo como trompetista. Luego viajó a España, a Nueva York, donde perteneció a una big band de jazz, vino a vivir a Perú y finalmente se instaló en España, donde sus antepasados fueron expatriados cinco siglos atrás.

A Pochi la música le vino sin que la pida. Y como a él, a su padre también, y al padre de su padre, y el rastro musical se desvanece en las migraciones sefardíes dando vueltas por un extremo al otro de Europa y a través del medio Oriente desde hace cinco siglos. Esa herencia lo hizo aprender ladino, esa mezcla de español y hebreo que hablaban los judíos en España antes que los expulsen en 1492 y que siguen hablando en Turquía, algunos países de los Balcanes y Marruecos donde se exiliaron. Esa herencia, que rastrea hasta la tribu gitana Lantare en Rumania se entiende en los trabajos que está preparando.

No sorprende que sus hijos mayores, Noel y Alec, sean músicos, de los buenos, y que toquen normalmente con su padre. Era algo que iba a ocurrir como ocurrió cuando Pochi tenía cinco años y aprendió a tocar la Melódica. Ahora su instrumento es el bajo, pero también sabe tocar guitarra y armónica.

Hace unas semanas Pochi participó del Earthdance. Piensa lanzar un disco de reggae por Internet, prepararse para el aniversario 22 de Tierra Sur en enero, hacer unas fechas en La Noche de Barranco en noviembre y, como hace desde que tiene memoria, componer y tocar música. Nosotros solo esperamos que así sea.


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